
Javier Casino
¿Acaso se puede ser más útil?
Las habitaciones de los niños huelen a plastilina
así como los sueños de sus madres son indescifrables.
No conviene follar porque sí,
la diversión está en la conversación después del polvo.
De vez en cuando otro imbécil contradice la sabiduría
y otro sabio prueba a ser imbécil.
Es como en las malas películas…
el cineforum es más enriquecedor
que los delirios narcisistas del director del film.
Aún así reconozco que no soy nadie para opinar de nada
y que nada me sabe a casi algo salvo las dentelladas
que la vida me deja darle en el muslo.
Con medio centenario a mis espaldas
averiguo que todo lo que me enseñaron está mal
y que lo que ahora me exigen aprender
no va a servirme para nada más que para fingir
que he comprado y leído los libros de texto.
Tan estúpidos como los demás lo debí ser yo
poco después de mi primera comunión.
Mis padres me perdonaron porque sabían que pasaría
de tonto a más tonto pero seguro de mí mismo.
Yo era el hijo pródigo y ellos,
los que guardaron mis juguetes en lo alto del armario
hasta que decidí tirarlos.
Ya había descubierto que jugar no es tan divertido
si tienes dinero para comprarte los juguetes.
Ahora están muertos y me gusta pensar que velan por mí
como yo velé por ellos mientras estaban vivos.
De vez en cuando la vida me regala momentos como este.
Puedo escribir al lado de una mujer dormida.
Si duerme es porque sabe que no la despertaré.
¿Acaso se puede ser más útil?